Imagina poder construir casas sin llevar ladrillos ni cemento, solo con una mochila que contiene esporas. Eso es lo que propone la NASA con su programa NIAC (Innovative Advanced Concepts), al apostar por el micelio, la parte vegetativa de los hongos, como base para levantar hábitats en Marte. Este material, invisible a simple vista pero con una capacidad sorprendente para crecer y formar estructuras resistentes, se ha convertido en una opción prometedora por su ligereza, adaptabilidad y potencial para la construcción in-situ.

La idea consiste en transportar estructuras livianas preformadas, que al llegar al planeta rojo serían activadas mediante agua y nutrientes. En ese momento, el micelio comenzaría a colonizar el molde, creciendo como una raíz expansiva hasta formar una especie de «cascarón» estructural. Una vez completado, se hornea o se inactiva para obtener un material estable, sólido y seguro, evitando también el riesgo de contaminación biológica en el ecosistema marciano.

Arquitectura por capas y simbiosis

Lejos de ser una simple pared de hongo, los diseños propuestos por la NASA muestran una arquitectura inteligente, pensada en capas. En la parte más externa, una cúpula de hielo serviría como escudo natural contra la intensa radiación cósmica. Bajo esta, una capa de cianobacterias aportaría oxígeno y también serviría de alimento para los hongos. Finalmente, el interior estaría formado por el micelio consolidado, que proporcionaría estructura y aislamiento.

Este enfoque aprovecha los recursos del entorno (conocido como ISRU, por sus siglas en inglés), buscando una simbiosis entre biología y tecnología. Como quien monta un huerto vertical en casa para autoabastecerse, estos hábitats fúngicos estarían vivos, creciendo y manteniéndose gracias a ciclos biológicos cerrados que podrían sostenerse con lo mínimo.

Ventajas logísticas y sostenibles

Uno de los mayores desafíos para la exploración espacial es el costo de lanzar materiales desde la Tierra. Cada kilo cuenta, literalmente. Por eso, el micelio ofrece una ventaja clara: en lugar de cargar estructuras completas, se transporta en forma latente, como si lleváramos una semilla que luego florecerá. Esto reduce enormemente la masa necesaria en los lanzamientos, liberando espacio y recursos para otros elementos esenciales.

Además, una vez que la estructura ha sido curada (inactivada), se convierte en un material rígido y duradero. Incluso existe la posibilidad de que, en condiciones específicas, el hongo mantenga cierta capacidad de auto-reparación, algo que sería especialmente útil en un entorno tan hostil como Marte.

¿Escudos fúngicos contra la radiación?

Uno de los hallazgos más llamativos en esta línea de investigación es el uso del hongo Cladosporium sphaerospermum, conocido por su capacidad para absorber radiación. En pruebas realizadas en la Estación Espacial Internacional, una fina capa de apenas 1,7 milímetros logró atenuar un 2,2% de la radiación. Si bien no es una solución definitiva, plantea un concepto intrigante: materiales vivos que no solo construyen sino que protegen activamente a los astronautas.

La posibilidad de generar un blindaje autorreparable, capaz de crecer o regenerarse ante daños, es algo sin precedentes en la arquitectura espacial. Aunque el rendimiento aún es modesto, las investigaciones apuntan a que, combinado con otros materiales como regolito o hielo, podría desempeñar un papel importante en la protección contra la radiación.

La alianza con el regolito y la quitina

Otro concepto complementario que gana fuerza es el Martian biolith, un compuesto hecho de regolito marciano simulado y quitina (un biopolímero derivado de los exoesqueletos de insectos, presente también en hongos). Este material puede ser impreso en 3D y servir como base para que el micelio lo colonice, creando un compuesto híbrido más resistente y adaptado al entorno marciano.

Este tipo de enfoques integrados, que combinan micelio, materiales disponibles en Marte y residuos orgánicos producidos in situ (como la quitina de insectos cultivados para alimentación), apuntan hacia un modelo de economía circular en el espacio. Es un poco como construir tu casa con los recursos del jardín y los restos del compost, adaptándote al lugar donde vives en lugar de depender de envíos constantes desde casa.

Obstáculos por superar

Aunque las ideas son sólidas en el papel y los laboratorios han creado prototipos funcionales (ladrillos, paneles y cúpulas), aún queda camino por recorrer. Uno de los principales retos es asegurar que todo el proceso de crecimiento del micelio se mantenga confinado y esterilizado, de acuerdo con los protocolos de protección planetaria. Marte, como cuerpo celeste, debe mantenerse libre de contaminación biológica terrestre.

También surgen preguntas prácticas: ¿cómo mantener el micelio vivo en un entorno tan seco y frío? ¿Qué sucede durante las tormentas de polvo? ¿Resistirá el paso del tiempo? Aunque las condiciones marcianas son extremas, simularlas en la Tierra no siempre ofrece respuestas fiables. Se necesitan pruebas en entornos análogos o en misiones orbitales para validar la viabilidad real.

Otro reto es el horneado o curado del material. Aunque es un paso clave para garantizar estabilidad, hacerlo en Marte requeriría energía y condiciones precisas. Se están estudiando soluciones que reduzcan la dependencia energética, como hornos solares o catalizadores biológicos que aceleren el endurecimiento.

Qué se ha avanzado hasta ahora

Desde 2020, la NASA y otras instituciones han producido una serie de estudios y prototipos bajo el paraguas de la iniciativa mycotecture. Estos incluyen ladrillos de micelio combinados con biopolímeros, pruebas de cultivo en ambientes controlados y simulaciones de cúpulas habitables. Además, revisiones recientes en 2025 han explorado nuevas formas de producción más eficientes y seguras, incluyendo materiales que responden al entorno o que cambian de propiedades según la temperatura.

A la par, el campo de los Engineered Living Materials (ELMs) sigue creciendo. Esta línea de investigación busca integrar organismos vivos en los propios materiales de construcción, y el micelio es uno de los componentes estrella gracias a su comportamiento predecible, bajo costo y versatilidad.

Una visión plausible pero aún en desarrollo

Hoy por hoy, las colonias de hongos como constructores vivos son más que ciencia ficción, pero todavía no están listas para desplegarse en Marte. Se trata de tecnologías con un nivel de madurez bajo (TRL), que han demostrado su viabilidad en laboratorios y pequeños prototipos, pero que necesitan integrarse en escenarios reales y resistir condiciones extremas.

La visión más realista no es usar solo hongos, sino crear sistemas híbridos que combinen micelio, regolito, hielo, biopolímeros y controladores biológicos, todo esto dentro de un ecosistema regulado, autosuficiente y seguro para los humanos y para el entorno marciano.

Estas investigaciones, aunque aún en etapa temprana, abren la puerta a un enfoque más ecológico y adaptable de colonización espacial, donde las soluciones no se construyen con acero, sino que crecen como organismos vivos, moldeados por la necesidad y la inteligencia humana.