Durante mucho tiempo, la observación de la Tierra desde el espacio estuvo dominada por grandes satélites, costosos y complejos, operados por agencias espaciales o grandes corporaciones. Pero esa realidad ha cambiado radicalmente gracias al desarrollo de los nanosatélites y CubeSats, dispositivos tan pequeños que algunos caben en la palma de una mano. Aunque no tienen literalmente el tamaño de una abeja, como a veces se dice de forma metafórica, representan un salto enorme en eficiencia, escalabilidad y acceso a la información desde el espacio.

Qué se entiende por «enjambre de satélites»

El concepto de «enjambre» hace referencia a constelaciones de decenas o incluso cientos de satélites que orbitan coordinadamente para cubrir amplias zonas del planeta, como si fueran un enjambre de insectos sobrevolando un terreno. Este modelo permite observar la Tierra de forma más frecuente, distribuida y detallada, con actualizaciones que pueden ser diarias o incluso horarias en algunos casos.

Uno de los ejemplos más conocidos es Planet Labs, una empresa que opera una constelación llamada PlanetScope, compuesta por satélites tipo Dove, del tamaño de una caja de zapatos. Son CubeSats de entre 1U y 3U (unidades que miden 10×10×10 cm), y pueden capturar imágenes con una resolución de entre 3 y 5 metros por píxel. Estos pequeños dispositivos son capaces de fotografiar toda la superficie terrestre cada 24 horas.

Ventajas de usar satélites pequeños en grandes cantidades

Utilizar muchos satélites pequeños en lugar de unos pocos grandes permite una flexibilidad parecida a tener muchos drones pequeños en lugar de un avión gigante. Por ejemplo, si uno falla, el resto puede continuar la misión sin afectar significativamente la cobertura. Además, lanzar nanosatélites es mucho más barato y rápido, lo que permite renovar tecnología más frecuentemente e incorporar mejoras.

Estos enjambres también permiten observar zonas específicas con mayor frecuencia, algo clave en aplicaciones como la agricultura de precisión, la detección temprana de desastres naturales o el monitoreo de cambios urbanos. Su bajo costo también abre la puerta a que países en desarrollo, universidades y startups accedan al espacio con proyectos propios.

De Argentina a la órbita: el caso de Satellogic

Otra constelación destacada es la de la empresa argentina Satellogic, que ha desarrollado una red de satélites de observación llamados ÑuSat o Aleph-1. Estos satélites tienen capacidades más avanzadas que muchos CubeSats, llegando a ofrecer una resolución de hasta 70 centímetros, y mediante técnicas de procesamiento alcanzan una «super-resolución» de 50 cm por píxel. Su objetivo es ofrecer datos actualizados de casi cualquier punto del planeta varias veces por semana.

El enfoque de Satellogic se centra en combinar observación óptica e infrarroja para ofrecer información valiosa sobre agricultura, deforestación, infraestructura y cambios climáticos, con costos muy inferiores a los modelos tradicionales.

Proyectos más experimentales: el tamaño realmente importa

Algunos proyectos han explorado el límite máximo de miniaturización. Uno de los más llamativos fue el programa KickSat, liderado por la Universidad de Cornell, que logró desplegar femto-satélites llamados «Sprites». Estos dispositivos miden apenas 3,2 cm por lado y pesan pocos gramos. Aunque no están diseñados para cartografiar la Tierra (su capacidad de carga es mínima), demostraron que es posible lanzar enjambres de satélites del tamaño de un chip de computadora.

En otra línea, Swarm Technologies desarrolló picosatélites para comunicaciones IoT, conocidos como SpaceBEEs. Aunque fueron descritos como «del tamaño de un sándwich», su objetivo no era obtener imágenes, sino transmitir pequeños paquetes de datos. Su caso sirvió para abrir un debate sobre los riesgos regulatorios de miniaturizar demasiado, ya que estos satélites eran tan pequeños que la FCC inicialmente les negó el permiso por ser difíciles de rastrear.

Inteligencia artificial y enjambres coordinados

El futuro apunta a enjambres más inteligentes. La NASA, por ejemplo, está desarrollando el programa Starling, cuyo objetivo es demostrar que un grupo de CubeSats puede tomar decisiones de forma autónoma y coordinada en el espacio. Imagina un grupo de abejas que no solo vuelan juntas, sino que hablan entre ellas para decidir a qué flor ir, sin esperar instrucciones desde la Tierra.

Si esta tecnología se perfecciona, abrirá la posibilidad de que los enjambres no solo cubran el planeta más rápido, sino que también detecten y respondan a eventos en tiempo real, como incendios forestales o derrames de petróleo, sin depender de la intervención humana.

Límites y desafíos

Aunque estos satélites pequeños tienen muchas ventajas, también enfrentan limitaciones importantes. Por su tamaño, no pueden llevar sensores muy potentes ni antenas grandes, lo que restringe su resolución y capacidad de transmisión de datos. Además, su vida últil suele ser más corta, lo que implica renovar las constelaciones con frecuencia.

Otro reto clave es la gestión del tráfico espacial. A medida que aumentan las constelaciones, también crece el riesgo de colisiones y de generar basura espacial. Por eso, existe una creciente preocupación regulatoria sobre cuántos satélites se pueden lanzar, de qué tamaño y bajo qué condiciones.

Cartografiar el planeta desde un enjambre

A pesar de no ser literalmente «abejas espaciales», los satélites del tamaño de una caja de zapatos o incluso de un tupper ya están transformando la forma en que entendemos nuestro planeta. Gracias a estas constelaciones, hoy es posible observar el mundo casi en tiempo real, con un nivel de detalle que hace una década parecía reservado solo a gobiernos o instituciones militares.

Lo que antes era una fotografía ocasional desde el espacio, ahora es un vídeo continuo de la Tierra, ofrecido por enjambres incansables de pequeños satélites que, como abejas laboriosas, recorren la órbita aportando información valiosa para todos.

Comida con código QR comestible: trazabilidad que se mastica

¿Te imaginas morder una galleta y que literalmente te cuente su historia? Pues olvídate de la ciencia ficción, porque ya es una realidad tan deliciosa como sorprendente. Los científicos japoneses han logrado algo que parecía imposible: crear códigos QR comestibles que se pueden masticar, tragar y digerir mientras nos dan toda la información sobre lo que estamos comiendo.