En un giro que ha sacudido el mundo de la tecnología, Nvidia ha anunciado una inversión de 5.000 millones de dólares en acciones de Intel, un competidor histórico que atraviesa una de sus etapas más difíciles. La operación no solo supone un impulso económico para Intel, sino que también sella una colaboración estratégica con implicaciones profundas para el futuro de la computación acelerada y la inteligencia artificial.
La compra, sujeta a aprobaciones regulatorias, se hará a un precio de 23,28 dólares por acción. Este movimiento coincide con la reciente adquisición de un 10% de Intel por parte del gobierno de Estados Unidos, que busca reforzar la soberanía tecnológica nacional y reactivar su capacidad de producción local de semiconductores.
El contexto de la caída de Intel
Intel fue durante décadas el referente indiscutible en la fabricación de procesadores para ordenadores personales. Pero su declive comenzó cuando no logró adaptarse a tiempo al auge de la computación móvil tras la aparición del iPhone en 2007. Más recientemente, la empresa se ha visto rezagada en el campo de la inteligencia artificial, el mismo que ha catapultado a Nvidia al centro del escenario tecnológico mundial.
En 2024, Intel reportó una pérdida cercana a los 19.000 millones de dólares, y en la primera mitad de 2025 ya acumulaba un déficit de otros 3.700 millones. Como medida extrema, la empresa ha anunciado que reducirá su plantilla en un 25% antes de que termine el año.
El salvavidas lanzado primero por el gobierno estadounidense y ahora por Nvidia no es solo financiero. Es una clara apuesta por recuperar terreno en un sector donde cada milésima de segundo en rendimiento computacional marca la diferencia.
La sinergia entre CPUs y GPUs
Jensen Huang, CEO de Nvidia, describió la alianza como «una fusión de dos plataformas de clase mundial». Mientras Intel domina en la fabricación de CPUs, esos cerebros generales que ejecutan tareas variadas en millones de ordenadores, Nvidia ha centrado su crecimiento en GPUs, chips especializados que procesan grandes volúmenes de datos en paralelo y que son esenciales para el entrenamiento de modelos de inteligencia artificial.
El acuerdo contempla que Intel produzca chips personalizados para los centros de datos de Nvidia, los cuales formarán parte de su infraestructura dedicada a IA. También se fabricarán chips para productos de consumo que integrarán tecnología de Nvidia.
Este modelo recuerda a la relación entre un arquitecto y un ingeniero: mientras uno diseña estructuras con una visión global, el otro se encarga de convertir esa visión en realidad tangible. En este caso, Intel pondrá su capacidad de fabricación al servicio de las exigencias tecnológicas de Nvidia.
Repercusiones en el mercado y la competencia global
La noticia ha tenido un impacto inmediato. Las acciones de Intel se dispararon un 23%, su mayor salto desde 1987. Por su parte, Nvidia también registró un aumento, aunque más moderado, del 3%. Analistas como Daniel Ives, de Wedbush Securities, han descrito la operación como una «jugada optimista para la tecnología estadounidense», asegurando que devuelve a Intel al «juego de la IA».
Este fortalecimiento interno llega en un momento de tensiones crecientes con China. Recientemente, las autoridades chinas prohibieron a varias empresas nacionales adquirir chips de Nvidia, al tiempo que Huawei intensificó el desarrollo de sus propios procesadores de IA. Esta carrera por la autosuficiencia tecnológica refleja la nueva geografía de la competencia: ya no se trata solo de productos, sino de controlar toda la cadena de valor, desde el diseño hasta la fabricación.
En este contexto, que Nvidia contemple usar las fábricas de Intel para producir algunos de sus chips plantea una amenaza para TSMC, el gigante taiwanés que actualmente fabrica los procesadores más avanzados de Nvidia. Aunque Huang ha dejado claro que siguen siendo clientes fieles de TSMC, la posibilidad de diversificar la producción en Estados Unidos podría responder a intereses estratégicos y geopolíticos.
Implicaciones a largo plazo
Detrás del acuerdo no solo hay cifras, sino una visión compartida del futuro. Tanto Intel como Nvidia reconocen que la computación ya no gira exclusivamente en torno a la velocidad de los CPUs, sino a la capacidad de gestionar cargas de trabajo complejas como la inteligencia artificial, la simulación científica o la automatización industrial.
El nuevo CEO de Intel, Lip-Bu Tan, destacó que llevan meses en conversaciones con Nvidia, y calificó el acuerdo como «una oportunidad transformadora». La expresión no es exagerada: para Intel, significa recuperar protagonismo en un mercado que lo ha dejado atrás. Para Nvidia, es una manera de ganar influencia sobre la producción de chips sin tener que construir sus propias fábricas.
La analogía más clara sería pensar en un fabricante de automóviles que diseña el coche del futuro y ahora encuentra un taller con experiencia y maquinaria para producirlo en serie, sin tener que levantar desde cero una planta.
Una jugada con implicaciones políticas
El contexto político también colorea esta alianza. Aunque Jensen Huang aclaró que la administración Trump no tuvo participación en el acuerdo, su visita a Reino Unido coincidió con eventos compartidos junto al presidente estadounidense y otras figuras del sector. En tono distendido, el CEO de Nvidia incluso comentó al de Intel que en el banquete en el Castillo de Windsor «el cognac de 1912 estaba excelente, pero escaso».
Más allá de la anécdota, estas reuniones subrayan el creciente peso geopolítico de las grandes tecnológicas. Las decisiones que antes se tomaban solo en salas de consejo, hoy también se discuten en banquetes reales y encuentros diplomáticos.