La idea de que la experiencia garantiza el éxito en la ciencia ha sido durante mucho tiempo un principio incuestionable. Figuras premiadas con el Nobel suelen superar los 50 años y acumulan décadas de publicaciones e investigaciones. Sin embargo, un nuevo estudio publicado en el servidor de preprints arXiv ha puesto en entredicho esta premisa, mostrando que los equipos con mayor proporción de investigadores sin publicaciones previas generan trabajos más disruptivos y originales.
Este hallazgo sugiere que el conocimiento acumulado, en lugar de ser siempre una ventaja, puede actuar como una barrera que limita la exploración de caminos nuevos. Como una mochila demasiado cargada, la experiencia puede dificultar los movimientos ágiles que requiere la innovación.
La investigación que sacudió los fundamentos
Los autores del estudio analizaron más de 28 millones de artículos científicos publicados entre 1971 y 2021 en 146 disciplinas distintas, utilizando la base de datos SciSciNet-v2. Su objetivo inicial era probar si una inteligencia artificial podía predecir cuán innovador y disruptivo sería un artículo. Pero, al examinar los datos, detectaron un patrón inesperado: los equipos con más autores novatos obtenían sistemáticamente mejores puntuaciones de disrupción.
Este «índice de disrupción» se calculó observando la relación entre cuántas veces se citaba un artículo en comparación con las referencias que incluía. En términos simples, un trabajo disruptivo es aquel que no se apoya excesivamente en estudios previos, sino que plantea una nueva dirección que otros investigadores comienzan a seguir.
Sorprendentemente, los artículos más disruptivos eran aquellos firmados exclusivamente por autores sin publicaciones anteriores. También tenían puntuaciones elevadas aquellos que combinaban novatos con científicos ya conocidos por su capacidad disruptiva. En todos los casos, cuanto mayor era el porcentaje de principiantes en el equipo, mayor era la disrupción generada.
Libertad intelectual frente a lealtad al paradigma
¿Qué explica este fenómeno? La clave, según los investigadores, radica en la libertad intelectual de quienes aún no están atados a los paradigmas dominantes. Los científicos noveles no sienten la misma necesidad de ser fieles a las teorías establecidas y están más dispuestos a desafiar ideas consideradas incuestionables.
Como cuando un niño pregunta por qué el cielo es azul, sin preocuparse por parecer ingenuo, los principiantes en ciencia tienen la ventaja de no dar nada por sentado. Esto les permite explorar posibilidades que los expertos podrían considerar una pérdida de tiempo. Esa frescura cognitiva, libre de prejuicios metodológicos o teóricos, es el motor detrás de muchas ideas revolucionarias.
Raiyan Abdul Baten, coautor del estudio y científico social computacional en la Universidad del Sur de Florida, lo resume de forma clara: «Los investigadores principiantes tienen menos lealtad a las suposiciones prevalentes y pueden tomar más libertades intelectuales».
La importancia del entorno colaborativo
Aunque los equipos formados solo por novatos destacan por su disrupción, también es relevante el papel de las colaboraciones mixtas. Cuando los científicos sin experiencia previa trabajan junto a investigadores reconocidos por sus aportes innovadores, el resultado suele ser igualmente potente. Esto indica que no se trata simplemente de eliminar a los veteranos del panorama, sino de integrar mejor a los recién llegados en entornos donde se valore su contribución fresca.
Esta observación también tiene implicancias sobre cómo se forman y gestionan los grupos de investigación. Dar espacio a quienes aún no tienen publicaciones no es solo una apuesta por la diversidad, sino una estrategia para estimular la creatividad científica. Como en una banda de jazz donde cada músico aporta su estilo, un equipo con variedad de trayectorias permite improvisaciones que pueden derivar en melodías completamente nuevas.
Riesgos y valentía: ingredientes para innovar
La experiencia puede generar una tendencia natural hacia lo seguro. Cuando un científico ha trabajado durante años dentro de un marco teórico, es comprensible que evite salirse de él, especialmente si su reputación depende de mantenerse dentro de ciertos límites. En cambio, un investigador sin ese legado que proteger puede asumir riesgos más fácilmente.
Esta disposición a explorar caminos inusuales se relaciona con lo que el estudio llama «capacidad de asumir riesgos epistemológicos». En otras palabras, los novatos pueden intentar experimentos que otros descartarían por considerarlos poco realistas o alejados de la corriente dominante.
Implicaciones para la formación científica
Los resultados del estudio invitan a repensar las políticas de formación y mentoría en el ámbito académico. La figura del investigador joven no debería verse solo como aprendiz, sino como un potencial generador de rupturas paradigmáticas. Esto implica abrir espacios reales para su participación desde las etapas más tempranas del proceso científico.
Además, las agencias financiadoras y los centros de investigación podrían reconsiderar sus criterios de evaluación, valorando no solo la trayectoria previa sino la capacidad de generar nuevas ideas. Incentivar la participación activa de investigadores sin publicaciones previas puede ser una estrategia efectiva para fomentar una ciencia más creativa y menos predecible.
¿Hacia una ciencia más abierta y diversa?
Este estudio no es una invitación a sustituir la experiencia por inexperiencia, sino un llamado a equilibrar el juego. Reconocer el valor de los novatos como fuentes de disrupción puede enriquecer la ciencia con perspectivas nuevas, menos condicionadas por los caminos ya recorridos.
En un ecosistema científico ideal, la experiencia y la novedad no se contraponen, sino que se complementan. Como ocurre en la cocina, donde una receta tradicional puede renovarse con ingredientes inesperados, la combinación de saber consolidado y curiosidad virgen es lo que permite que la ciencia avance con paso firme y también con audacia.