El destino final de nuestro Sol está sellado: cuando agote su combustible de hidrógeno, se expandirá en una gigante roja, engullendo a los planetas más cercanos, incluida la Tierra, para luego colapsar en una enana blanca. Este tipo de estrella moribunda, del tamaño de la Tierra pero con la mitad de la masa del Sol, representa una etapa avanzada en la vida de estrellas de baja masa. Aunque parezca el fin, algunos científicos creen que es, en realidad, el comienzo de una nueva posibilidad para la vida en otros mundos.

Qué son las enanas blancas y por qué importan

Las enanas blancas son el remanente extremadamente denso que queda tras el colapso de una estrella como el Sol. Aunque ya no producen energía como antes, siguen emitiendo calor residual durante miles de millones de años. En términos astronómicos, son comunes: se estima que existen más de 10 mil millones en nuestra galaxia.

Este número convierte a las enanas blancas en un objetivo intrigante para la astrobiología. Si bien ya no emiten tanta luz ni calor, podrían mantener zonas habitables estrechas y cercanas a su superficie donde un planeta podría tener agua líquida. La clave está en comprender si esos mundos podrían haber sobrevivido a la violenta transición estelar y si podrían albergar vida.

¿Cómo se detecta vida en planetas tan lejanos?

El método más común para buscar vida extraterrestre es analizar la luz estelar cuando pasa a través de la atmósfera de un planeta que transita frente a su estrella. Esta técnica permite detectar moléculas como oxígeno, metano o vapor de agua, que podrían ser indicios de actividad biológica.

En el caso de las enanas blancas, este método se complica. Su pequeño tamaño hace que los tránsitos sean más difíciles de observar, pero también significa que cualquier señal atmosférica detectada sería mucho más clara, al haber menos luz de fondo. Investigadores como Juliette Becker, de la Universidad de Wisconsin–Madison, están explorando esta posibilidad desde que se descubrió, en 2020, el primer planeta intacto orbitando una enana blanca.

La zona habitable alrededor de una enana blanca

Una zona habitable es aquella franja orbital en la que un planeta puede mantener agua líquida en su superficie, sin hervirla ni congelarla. En el caso del Sol, esta zona está relativamente lejos, pero en una enana blanca, debido a su débil luminosidad, esta región se encuentra entre 10 y 100 veces más cerca.

Esta cercanía plantea un problema: los planetas deben estar muy próximos a la enana blanca para estar en la zona habitable, lo que los expone a efectos gravitacionales extremos conocidos como calentamiento por marea.

Las fuerzas de marea y su impacto en la habitabilidad

El calentamiento por marea ocurre cuando la gravedad de la estrella (o de otros planetas cercanos) deforma constantemente un planeta, generando fricción interna que se traduce en calor. Este fenómeno se observa, por ejemplo, en la luna Io de Júpiter, que tiene una actividad volcánica extrema debido a la tracción gravitacional del planeta y sus lunas hermanas.

En un planeta alrededor de una enana blanca, el mismo efecto podría calentar tanto la superficie que el agua se evaporaría, haciendo imposible la vida tal como la conocemos. Por otro lado, si este calentamiento es moderado, como ocurre en Europa —otra luna de Júpiter—, podría generar océanos subterráneos protegidos por una corteza de hielo.

La habitabilidad en estos sistemas depende de un equilibrio fino: si hay demasiada energía, el planeta se vuelve inhabitable; si hay poca, se congela.

La odisea de sobrevivir al colapso estelar

Durante la fase de gigante roja, el Sol se expandirá hasta absorber a los planetas interiores. Por tanto, cualquier mundo que quiera sobrevivir para luego migrar cerca de la enana blanca debe haber comenzado su viaje mucho más lejos, probablemente más allá de Júpiter.

La migración de estos planetas hacia la zona habitable es un proceso complejo. Simulaciones por ordenador muestran que es posible, pero no sin riesgos. El movimiento hacia el interior puede provocar un calentamiento extremo que haga que el planeta pierda su agua antes de llegar a la posición ideal. Sin embargo, si el planeta migra cuando la enana blanca ya se ha enfriado, la temperatura podría ser más favorable y el agua podría mantenerse.

Detectar mundos habitables en sistemas tan pequeños

Detectar estos planetas no es tarea sencilla. El método del tránsito —observar la disminución del brillo estelar cuando un planeta pasa frente a su estrella— requiere un alineamiento casi perfecto. Dado que las enanas blancas son tan pequeñas, la probabilidad de observar un tránsito es baja, aunque el contraste sería más evidente que en estrellas más grandes.

A pesar de las dificultades, telescopios como el James Webb Space Telescope están siendo preparados para buscar señales de vida en planetas alrededor de enanas blancas. Si se detectara alguna firma biológica, como oxígeno o metano, cambiaría radicalmente nuestra comprensión de dónde puede existir la vida.

¿Una segunda oportunidad para la vida?

La idea de que la vida pueda surgir —o persistir— en un sistema estelar muerto puede parecer sacada de la ciencia ficción. Pero cada vez más investigaciones muestran que, bajo condiciones muy específicas, un planeta podría mantener agua líquida y atmósfera estable incluso alrededor de una estrella muerta.

Las enanas blancas representan una segunda oportunidad para los mundos que sobrevivan la muerte de su estrella madre. Y si hay vida en estos entornos extremos, también podríamos estar hablando de formas de vida muy distintas a las que conocemos, adaptadas a un entorno con luz tenue y temperaturas inusuales.

El futuro del estudio de estos planetas pasa por avanzar en las técnicas de detección y observación, y por abrir la mente a la posibilidad de que la vida no es exclusiva de sistemas como el nuestro.

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