Durante décadas, los diagnósticos en salud mental se han basado casi exclusivamente en el relato del paciente y la interpretación clínica de un profesional. Este método, aunque ha permitido avances significativos en el tratamiento de enfermedades mentales, presenta una limitación crucial: la subjetividad. Lo que un paciente narra está filtrado por su percepción, lenguaje, cultura y contexto, mientras que la interpretación del especialista está influida por su formación, experiencia y hasta por sus propias creencias. Esta combinación subjetiva hace que diagnósticos como la depresión, la ansiedad o la esquizofrenia varíen incluso entre distintos profesionales.
Este enfoque también ha sido criticado por generar etiquetas diagnósticas masivas, promovidas por manuales como el DSM, que tienden a generalizar los casos sin considerar suficientemente la riqueza individual de cada paciente. La consecuencia es una psiquiatría que a veces clasifica en exceso y personaliza poco.
Un nuevo mapa cerebral para entender la depresión
Un punto de inflexión importante se produjo con un estudio publicado en 2024 en la revista Nature, que analizó a más de 800 pacientes con depresión utilizando resonancias magnéticas funcionales (fMRI). A partir de estos datos, los investigadores identificaron seis biotipos cerebrales distintos relacionados con esta enfermedad. Cada uno presentaba patrones de actividad neuronal específicos y, lo más importante, respondía de manera diferente a los tratamientos disponibles.
Por ejemplo, uno de los grupos mostraba una sobreactividad cognitiva que respondía mejor a ciertos antidepresivos; otro tenía un bajo funcionamiento en circuitos de atención, mientras que un tercer biotipo revelaba una hiperconectividad cerebral, mostrando mejoría significativa con técnicas de intervención conductual. Este tipo de hallazgos abren la posibilidad de un abordaje mucho más personalizado y objetivo en el tratamiento de la salud mental.
Psicoradiología: la ciencia que observa el cerebro en acción
Dentro de este cambio de paradigma, ha surgido una nueva rama: la psicoradiología, una disciplina que aplica herramientas de neuroimagen como la tomografía computarizada, la resonancia magnética estructural o funcional, para observar alteraciones cerebrales asociadas a enfermedades como la esquizofrenia, el trastorno de estrés postraumático o la propia depresión.
A través de esta lente médica, se pueden detectar anomalías en regiones específicas del cerebro, identificar patrones comunes en distintos pacientes y, eventualmente, utilizar esta información como herramienta diagnóstica complementaria. Lo que antes eran descripciones vagas sobre «tristeza persistente» o «alucinaciones auditivas», ahora pueden correlacionarse con datos concretos sobre qué áreas del cerebro están involucradas y cómo se comportan.
Biotipos también en los trastornos psicóticos
Aunque el estudio de Nature se centró en la depresión, no es el único ejemplo de este nuevo enfoque. Ya en 2016, un análisis publicado en la American Journal of Psychiatry identificó tres biotipos distintos de trastornos psicóticos, como la esquizofrenia, utilizando una combinación de biomarcadores biológicos. Este tipo de hallazgos refuerza la idea de que las enfermedades mentales no son uniformes, sino que existen subtipos con características y tratamientos potencialmente diferentes.
Martien Kas, presidente del Colegio Europeo de Neuropsicofarmacología, ha destacado que este enfoque cuantitativo puede revolucionar la forma en que se diagnostican y tratan los trastornos psiquiátricos, proporcionando una base más sólida para las decisiones clínicas.
Un cambio de lógica: del relato al dato
La psiquiatría está transitando de una visión centrada en los síntomas subjetivos hacia otra apoyada en evidencias biológicas. Este cambio no solo busca mayor precisión en el diagnóstico, sino también mejorar la eficacia de los tratamientos. En lugar de aplicar una terapia estándar y esperar resultados, ahora se intenta identificar previamente qué tipo de paciente se beneficiará más de cada intervención.
El enfoque tradicional, basado en el DSM, ha sido clave para estandarizar criterios y facilitar la comunicación clínica, pero también ha recibido críticas por promover una mirada reduccionista, ignorando a menudo las causas biológicas y contextuales de las enfermedades mentales. Esta mirada emergente basada en biomarcadores representa una alternativa que, sin borrar el enfoque clásico, lo complementa con datos objetivos que pueden ser replicados y comparados entre pacientes.
Una tecnología prometedora, pero con limitaciones
Como toda herramienta poderosa, la tecnología aplicada a la salud mental también tiene sus riesgos y limitaciones. Primero, no está al alcance de todos: los equipos de neuroimagen y el análisis de biomarcadores requieren infraestructura, personal especializado y recursos económicos que muchas instituciones, especialmente en países con menos recursos, no pueden costear.
También está el riesgo de reduccionismo biológico. Convertir a la persona en un conjunto de datos cerebrales puede llevar a ignorar aspectos fundamentales como el entorno familiar, la situación económica, las experiencias traumáticas o las redes de apoyo, que influyen profundamente en la salud mental. Como ha planteado Rachel Aviv, los diagnósticos que se apoyan exclusivamente en el DSM corren el riesgo de ser insensibles a contextos culturales o sociales, lo cual puede llevar a clasificaciones injustas o inadecuadas.
Por eso, aunque los avances en neurociencia ofrecen herramientas valiosas, es esencial que se integren en un modelo de atención holístico y empático, que no pierda de vista que detrás de cada diagnóstico hay una historia de vida compleja.
Hacia una psiquiatría más humana y precisa
La aparición de la psicoradiología, el descubrimiento de biotipos cerebrales y el uso creciente de biomarcadores están empujando a la psiquiatría hacia una etapa más objetiva, donde el dato complementa al relato. Esta combinación podría permitir diagnósticos más certeros y tratamientos adaptados a las características únicas de cada persona.
Sin embargo, este cambio de paradigma debe transitarse con cautela. La salud mental no puede abordarse solo desde una pantalla o un escáner cerebral. Las emociones, los vínculos, las condiciones sociales y las experiencias siguen siendo parte esencial de la ecuación. Una psiquiatría del futuro más efectiva será aquella que logre equilibrar la rigurosidad científica con la sensibilidad humana.