Cuando pensamos en un incendio forestal, solemos imaginar llamas altas, humo denso y terrenos calcinados. Pero más allá del desastre visible, existe un enemigo silencioso que puede afectar incluso a quienes viven a cientos de kilómetros del fuego: las partículas finas PM2.5.
Estas partículas, resultado de la combustión de materia orgánica, tienen un diámetro inferior a 2.5 micras. Para ponerlo en perspectiva, un cabello humano mide unas 80 micras, lo que significa que las PM2.5 son invisibles al ojo humano. Sin embargo, son capaces de penetrar profundamente en los pulmones y llegar al torrente sanguíneo, con efectos potencialmente graves sobre la salud.
La contaminación se desplaza y se queda
Uno de los aspectos más inquietantes del humo generado por los incendios forestales es su capacidad para recorrer grandes distancias. Puede viajar cientos de kilómetros empujado por el viento, afectando zonas donde ni siquiera se ha sentido el calor del fuego. Esto significa que aunque no vivas cerca de un foco de incendio, puedes estar respirando aire altamente contaminado sin darte cuenta.
Durante los últimos episodios de incendios en España, zonas como Castilla y León, Galicia y Asturias han registrado niveles de contaminación que han superado hasta 40 veces los límites recomendados por la Organización Mundial de la Salud. En algunos momentos, el aire en estas regiones ha sido considerado el más contaminado del planeta, equivalente a fumar nueve cigarrillos al día solo por salir a la calle.
Riesgos reales para el corazón, los pulmones y el embarazo
Respirar aire cargado de partículas finas no es solo una molestia pasajera. Estudios como el realizado por el Instituto de Salud Global de Barcelona, que analizó datos de 32 países europeos entre 2004 y 2022, revelan que la exposición a PM2.5 generadas por incendios forestales incrementa el riesgo de muerte por infarto, ictus o neumonía durante la semana posterior a la exposición.
Además del daño respiratorio y cardiovascular, estas partículas pueden transportar sustancias tóxicas como benceno, formaldehído o dióxido de azufre, muchos de los cuales son reconocidos como cancerígenos. Este cóctel de contaminantes representa un peligro para toda la población, pero especialmente para los grupos vulnerables: personas mayores, niños, enfermos respiratorios y mujeres embarazadas.
En el caso de las embarazadas, el riesgo es doble. Algunas partículas pueden atravesar la barrera placentaria, afectando al desarrollo del feto. Se ha relacionado la exposición al humo con un mayor riesgo de parto prematuro, bajo peso al nacer e hipertensión gestacional.
Cómo protegerse dentro y fuera de casa
Aunque no siempre se puede evitar completamente la exposición, existen medidas efectivas para reducir el impacto del humo en nuestra salud. La principal recomendación es permanecer en interiores mientras la calidad del aire sea mala. Para reforzar esta protección, se pueden cerrar puertas y ventanas, colocando trapos húmedos en las rendijas para bloquear el paso del aire contaminado.
Si es imprescindible salir, debe hacerse con una mascarilla FFP2 o FFP3, que ofrecen filtrado eficaz de partículas finas. Las mascarillas quirúrgicas o de tela no sirven, ya que no están diseñadas para retener contaminantes de tamaño tan pequeño. En estos casos, lo ideal es limitar las salidas y evitar el ejercicio al aire libre.
Dentro de casa, los purificadores de aire con filtro HEPA son una gran herramienta para mejorar la calidad del aire interior. Estos dispositivos, popularizados durante la pandemia, son capaces de atrapar partículas tan pequeñas como las PM2.5. También se recomienda mantenerse bien hidratado, aplicar lágrimas artificiales si hay irritación ocular y realizar lavados nasales con suero fisiológico si se ha estado expuesto al humo.
Para quienes tienen enfermedades respiratorias crónicas como asma o EPOC, es fundamental tener siempre a mano los inhaladores de rescate prescritos por el médico, ya que la exposición al humo puede agravar los síntomas de forma repentina.
¿Y el aire acondicionado?
Una duda frecuente es si se puede usar el aire acondicionado en estas situaciones. La respuesta es sí, siempre y cuando el aparato cuente con filtros HEPA o equivalentes que puedan retener partículas contaminantes. Usarlo permite refrescar el ambiente sin necesidad de abrir ventanas. En los coches, lo recomendable es mantener las ventanillas cerradas y usar el modo de recirculación de aire, para evitar que el humo del exterior entre en el habitáculo.
Cuándo buscar ayuda médica urgente
Estar alerta a ciertos síntomas puede marcar la diferencia. Si una persona comienza a experimentar tos persistente, dolor en el pecho, dificultad para respirar, mareos, fiebre alta o malestar general, es recomendable contactar con los servicios de urgencias. En el caso de las mujeres embarazadas, también se debe acudir a urgencias si se detecta una disminución de los movimientos del bebé.
En situaciones graves, lo mejor es llamar al 112 para asegurarse de que las carreteras estén transitables y poder llegar con seguridad al hospital más cercano. La rapidez en la actuación puede ser clave para evitar complicaciones.
Un enemigo persistente y silencioso
A diferencia del fuego, que es visible y alarmante, el humo puede parecer inofensivo, especialmente si no lo vemos ni lo olemos. Pero sus efectos sobre la salud están bien documentados y pueden ser graves. Vivir lejos de un incendio no garantiza estar a salvo, por lo que la prevención, la información y la vigilancia de los síntomas son herramientas esenciales para protegernos.