Durante la carrera espacial de mediados del siglo XX, la meta era plantar banderas y dejar huellas. Hoy, ese capítulo es historia. La nueva competencia entre potencias no se libra por quién pisa primero la superficie lunar, sino por quién consigue construir y mantener presencia allí. Y en esa misión, la clave no es un cohete más potente, sino la energía.
En 2025, la NASA y China han dejado claro que el siguiente paso es instalar reactores nucleares en la Luna para garantizar energía continua a sus futuras bases. Esto abre un debate apasionante sobre tecnología, leyes internacionales y el papel que jugará la infraestructura en el poder espacial.
¿Por qué ahora? De las banderas a las bases
En abril de 2025, China anunció su intención de tener una planta nuclear lunar en funcionamiento para 2035, vinculada a su estación internacional de investigación. Meses después, la NASA respondió con un objetivo más ambicioso: tener su propio reactor operativo antes de 2030.
No es un movimiento improvisado. Tanto la NASA como el Departamento de Energía de EE. UU. llevan años trabajando en sistemas nucleares compactos diseñados para operar en entornos extremos como la Luna o Marte. Estos proyectos no buscan alimentar armas, sino mantener encendidas luces, laboratorios, hábitats y vehículos durante años.
El marco legal: lo que la ley permite (y lo que no)
La idea de usar energía nuclear en el espacio no es nueva. Desde los años 60, EE. UU. y la Unión Soviética han empleado generadores termoeléctricos de radioisótopos para sondas como las Voyager o el rover Curiosity en Marte.
En 1992, la ONU aprobó los Principios sobre el uso de fuentes de energía nuclear en el espacio exterior, un documento no vinculante que reconoce que la energía nuclear es esencial cuando la solar no es viable, y que establece criterios de seguridad, transparencia y consulta internacional.
El Tratado del Espacio Exterior de 1967, firmado por todas las potencias espaciales, prohíbe reclamar propiedad sobre la Luna, pero no impide el uso pacífico de la energía nuclear. Eso sí: exige que los países actúen con “debida consideración” hacia los intereses de otros y que consulten previamente si sus actividades pueden afectarles.
En la práctica, colocar un reactor implica que otros deberán maniobrar para evitar esa zona, tanto física como legalmente. Es un punto de influencia, aunque no un reclamo territorial.
Infraestructura como poder
En la Tierra, las carreteras, puertos y aeropuertos son símbolos de control y capacidad. En la Luna, la infraestructura energética cumple ese papel. Un reactor nuclear puede ser el corazón de una base y, con ello, determinar quién tiene acceso a recursos cercanos.
Esto es especialmente relevante en el polo sur lunar, donde se han detectado depósitos de hielo de agua en cráteres en sombra perpetua. Ese hielo podría convertirse en combustible para cohetes o agua para astronautas. Tener un reactor allí significa asegurar operaciones continuas en una zona estratégica y, de facto, limitar que otros países hagan lo mismo.
Seguridad y riesgos
El concepto de un reactor nuclear en la Luna puede despertar inquietudes. Aunque diseñados para minimizar fugas y resistir accidentes, siguen existiendo riesgos: desde la liberación de radiación hasta problemas de transporte o instalación en un entorno tan hostil.
Las directrices de la ONU obligan a aplicar medidas estrictas de contención y a compartir información técnica para prevenir incidentes. Si se cumplen, los riesgos pueden reducirse, pero no eliminarse por completo.
¿Por qué nuclear y no solar?
La energía solar funciona bien en órbitas y regiones iluminadas, pero la Luna presenta grandes retos:
- Periodos de 14 días de noche continua.
- Cráteres en sombra perpetua donde nunca llega la luz.
- Necesidad de energía constante para sistemas vitales como el soporte de vida o la producción de oxígeno.
Un reactor nuclear compacto podría trabajar durante más de una década sin interrupción, abasteciendo hábitats, laboratorios, impresoras 3D para fabricar piezas y vehículos para exploración. Además, la tecnología que se desarrolle para la Luna será clave para misiones a Marte, donde la luz solar es aún más débil.
Gobernar el futuro lunar
El desafío no es solo construir el primer reactor, sino cómo se hace. La forma en que una nación gestione esta instalación marcará precedentes para el uso de recursos, la cooperación internacional y el respeto a las normas.
Estados Unidos podría liderar no solo en tecnología, sino en gobernanza espacial, compartiendo sus planes, consultando con otros países y asegurando que el reactor sirva a fines pacíficos. Un modelo transparente invitaría a que otros sigan el mismo camino, reduciendo tensiones y evitando conflictos por acceso a zonas estratégicas.
La Luna como ensayo general
Instalar un reactor nuclear allí no es un acto de dominio, pero sí un movimiento estratégico. Será una prueba de coexistencia internacional en un territorio sin dueño y de cómo se gestionan los recursos en un lugar donde cada metro puede tener valor científico o económico.
En esta nueva etapa de la exploración espacial, el poder no se medirá por la altura de una bandera, sino por la capacidad de mantener encendida la luz en la noche lunar. Y para eso, la energía nuclear parece, por ahora, la llave más fiable.