Los dientes fosilizados de dinosaurios han sido durante décadas una fuente clave para conocer su dieta, su edad, e incluso su posición en la cadena evolutiva. Pero ahora, un nuevo estudio de la Universidad de Göttingen en Alemania muestra que estos dientes también conservan pistas esenciales sobre la composición atmosférica de hace millones de años.
Gracias a la estabilidad del esmalte dental, que actúa como una especie de «caja negra» biológica, los científicos han podido detectar isótopos de oxígeno incrustados en el esmalte. Estos elementos ofrecen una ventana directa a la calidad del aire respirado por los dinosaurios, arrojando luz sobre un ecosistema que dista mucho de la Tierra que conocemos hoy.
El aire que respiraban los dinosaurios
En la investigación, publicada en la revista PNAS, el equipo analizó dientes de diferentes especies encontrados en América del Norte, Europa y África. Entre los ejemplares estudiados se incluyeron un Tyrannosaurus rex y un Kaatedocus siberi, un saurópodo de cuello largo.
Los resultados fueron reveladores: durante el periodo Cretácico, hace aproximadamente 100 millones de años, los niveles de dioxido de carbono (CO2) en la atmósfera alcanzaban las 750 partes por millón (ppm). En el Jurásico tardío, estos niveles subieron a cerca de 1.200 ppm. Esto representa cuatro veces más CO2 que en la era preindustrial y casi el triple del nivel actual (alrededor de 430 ppm).
Para ponerlo en perspectiva, estos valores convertirían el aire prehistórico en un entorno bastante denso y caluroso para los humanos modernos. Aunque los dinosaurios evolucionaron para vivir en esas condiciones, una persona actual sentiría malestar, fatiga e incluso síntomas neurológicos en ambientes cerrados con niveles similares.
Volcanes, fotosíntesis y desequilibrios
La composición de isótopos de oxígeno en los dientes también sugiere picos anormales en los niveles de CO2, posiblemente relacionados con actividades volcánicas masivas. Estos eventos podrían haber alterado de forma brusca el equilibrio atmosférico, algo que ya se ha documentado como factor en diversas extinciones masivas.
Curiosamente, el estudio también reveló que la fotosíntesis global durante el Mesozoico era mucho más activa que hoy, con una productividad vegetal más del doble que la actual. Esto no sólo compensaba en parte la enorme cantidad de CO2 presente, sino que sostenía ecosistemas de una riqueza biológica asombrosa.
Un método que podría cambiar la paleoclimatología
El avance de esta investigación no se limita al hallazgo en sí, sino al método analítico empleado. Al estudiar esmalte dental fosilizado, los científicos pueden reconstruir el entorno atmosférico sin depender exclusivamente de registros geológicos o burbujas de aire atrapadas en hielo, como se hace con el estudio del clima en épocas más recientes.
Dr. Dingsu Feng, autor principal del estudio, destacó que esta técnica podría aplicarse para analizar periodos aún más antiguos, como el evento de extinción masiva de hace 252 millones de años conocido como La Gran Mortandad. Este evento eliminó casi toda la vida animal del planeta, y comprender su ambiente atmosférico podría dar pistas vitales sobre cómo reacciona el clima ante eventos catastróficos.
Qué nos dice esto sobre el presente
Aunque hablar del Jurásico puede parecer lejano, los paralelismos con el presente son inevitables. El aumento acelerado de gases de efecto invernadero como el CO2 está llevando a nuestro planeta a condiciones que, aunque no iguales, tienen similitudes preocupantes con aquellas épocas de la historia de la Tierra.
Por ejemplo, el nivel de 1.200 ppm que se registró hace 150 millones de años no está fuera del alcance si las emisiones actuales siguen aumentando. Aunque en ese entonces la biodiversidad florecía, también existía una estabilidad evolutiva adaptada a esas condiciones. En cambio, hoy en día, un cambio rápido podría sobrepasar la capacidad de adaptación de muchas especies.
Mitos y malentendidos
Este tipo de estudios también ayuda a desmontar ciertos mitos comunes. Por ejemplo, aunque es cierto que los humanos exhalan aire con hasta 4% de CO2 (unas 40.000 ppm), eso no significa que podamos vivir con esa concentración de forma continua en el ambiente. En espacios cerrados, niveles superiores a 1.000 ppm ya se asocian a somnolencia y reducción en el rendimiento cognitivo.
También es importante entender que el esmalte no conserva gases directamente como si fuera un filtro, sino que los isótopos quedan incorporados en la estructura mineral durante el proceso de formación del diente, reflejando la composición del agua corporal, y por ende, del entorno en el que vivía el animal.
El futuro de la ciencia en dientes antiguos
El hallazgo marca el inicio de una nueva forma de abordar la historia climática del planeta. Al estudiar dientes fosilizados, podemos acceder a información detallada sobre el entorno de vida de especies extintas, aportando datos clave a los modelos climáticos actuales y futuros.
La idea de que un diente de dinosaurio, perdido hace millones de años, pueda decirnos cuánto CO2 había en el aire y cuánta fotosíntesis ocurría en el planeta, es un ejemplo poderoso de cómo la ciencia encuentra pistas en los lugares menos esperados.