En el corazón del océano Antártico ocurre uno de los espectáculos más impresionantes de la naturaleza, y todo empieza con organismos tan pequeños que podrías colocar millones sobre una moneda. El fitoplancton, diminutas microalgas que flotan en las aguas superficiales, transforma la energía solar en biomasa mediante la fotosíntesis. Esta productividad primaria, similar a lo que hacen los bosques en tierra firme, es la base de una red alimenticia que termina alimentando a los animales más grandes del planeta: las ballenas azules.

Cuando llega la primavera en el hemisferio sur, la luz solar regresa al continente blanco y desata una reacción en cadena. Los nutrientes que han estado acumulándose en las aguas frías durante el invierno se mezclan gracias a las corrientes y al hielo que se derrite. Este coctel perfecto dispara un crecimiento explosivo del fitoplancton. En pocos días, el agua se convierte en una auténtica «sopa verde» donde se multiplica la base de toda la cadena trófica polar.

El krill, motor del océano austral

Sobre este tapiz microscópico aparece el krill antártico (Euphausia superba), un crustáceo parecido a un camarón, que mide entre 1 y 6 centímetros. Aunque pequeño, su impacto ecológico es gigantesco. Se estima que la biomasa total de krill en el ocáano Antártico varía entre 300 y 500 millones de toneladas en un año promedio, una cifra comparable a la biomasa total de todos los insectos terrestres.

El krill se alimenta principalmente de fitoplancton, y gracias a la abundancia de este durante los meses más cálidos, puede reproducirse y concentrarse en enjambres masivos. Estos enjambres pueden reunir hasta 500 millones de individuos y cubrir varios kilómetros cuadrados. Desde satélites es posible detectar estas manchas densas que viajan con las corrientes, una auténtica mina flotante de alimento para los depredadores.

Una estrategia eficiente: comer durante cuatro meses y sobrevivir el resto

Las ballenas azules, los animales más grandes que hayan existido, dependen casi exclusivamente del krill para sobrevivir. En temporada alta, cuando el verano austral permite el auge del fitoplancton y del krill, una sola ballena azul puede consumir hasta cuatro toneladas de krill al día.

Este festín no es eterno. Dura apenas unos cuatro meses, durante los cuales las ballenas se alimentan sin descanso. Todo ese exceso de energía lo convierten en grasa corporal (blubber), una reserva que les permite migrar hacia aguas más templadas durante el invierno, donde apenas comen y se dedican a reproducirse o descansar. Su estrategia biológica es una combinación de eficiencia y paciencia: se alimentan como si no hubiera un mañana durante el verano, y luego «ayunan» durante el resto del año.

Más allá de las ballenas: el krill como pilar del ecosistema

Aunque las ballenas suelen llevarse toda la atención mediática, el krill es fundamental para muchas otras especies del ecosistema antártico. Pingüinos, focas, aves marinas y peces también dependen de estas masas flotantes de crustáceos para alimentarse. Por ejemplo, los pingüinos Adelia y emperador planifican su ciclo reproductivo para que coincida con los picos de abundancia de krill.

Las focas de Weddell y los petreles también sincronizan sus patrones de caza con los movimientos del krill. Si el krill desapareciera o disminuyera drásticamente, la pirámide trófica polar se tambalearía desde la base.

Un delicado equilibrio bajo amenaza

Aunque el krill parece inagotable, el equilibrio que sostiene esta cadena trófica es extremadamente frágil. Las alteraciones climáticas afectan directamente a la formación de hielo marino, un componente clave del ciclo del krill. El hielo no solo regula la temperatura del agua, sino que también actúa como refugio y hábitat para las larvas de krill. Menos hielo implica menos supervivencia para las nuevas generaciones.

A esto se suma la presión creciente de la pesca comercial de krill, utilizada principalmente para producir harinas y aceites ricos en omega-3. Aunque actualmente está regulada por la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA), las fluctuaciones en la población de krill podrían tener un impacto catastrófico si no se controlan cuidadosamente.

Un sistema ejemplar de eficiencia ecológica

Lo que ocurre en el océano Antártico durante la temporada de alta productividad puede verse como una fábrica ecológica de conversión de energía solar en biomasa. La luz del sol alimenta al fitoplancton, que a su vez alimenta al krill, que luego nutre a depredadores de gran tamaño. Esta cadena de transformaciones, que empieza con partículas invisibles al ojo humano, termina permitiendo la existencia de criaturas colosales.

Si uno lo piensa en términos energéticos, es como si las ballenas gigantes se alimentaran indirectamente de la luz del sol, utilizando al krill como intermediario. La eficiencia del sistema es tal que en solo unos meses, un animal de 150 toneladas puede acumular suficiente energía para mantenerse activo y migrar miles de kilómetros durante el resto del año.

Claves para proteger esta red invisible

Para garantizar la supervivencia de estas especies y la estabilidad del ecosistema antártico, es esencial comprender y valorar la importancia de cada uno de sus eslabones. Las políticas de conservación deben centrarse en mantener la salud de las aguas polares, reducir el impacto del cambio climático y regular de forma estricta la extracción comercial del krill.

Lo invisible sostiene lo visible. Aunque no podamos ver al fitoplancton ni al krill desde una playa, su existencia es la que permite que sigan nadando las ballenas, surcando los cielos los petreles y caminando los pingüinos sobre el hielo.

OpenAI prepara su propio chip de IA junto a Broadcom para reducir su dependencia de Nvidia

La industria de la inteligencia artificial se encuentra en plena transformación, y uno de los movimientos más significativos lo está protagonizando OpenAI, la empresa responsable de ChatGPT, al comenzar el desarrollo de su propio chip de inteligencia artificial. Esta decisión marca un paso clave en su estrategia para reducir su dependencia de terceros como Nvidia, cuya hegemonía en el sector de los chips ha generado cuellos de botella globales en la cadena de suministro.