La carrera por llevar la realidad mixta a un nuevo nivel acaba de dar un salto importante gracias al trabajo de investigadores de la Universidad de Stanford. Un equipo liderado por el profesor Gordon Wetzstein ha desarrollado un prototipo de gafas holográficas de solo 3 mm de grosor que promete resolver los dos grandes problemas que aquejan a los dispositivos actuales: la comodidad y el realismo visual.

Una visión que imita la realidad física

El objetivo de este prototipo no es menor: lograr que el cerebro humano no pueda distinguir entre un objeto real y una proyección generada por ordenador. Es lo que el equipo llama superar la «Prueba de Turing visual«. Inspirada en la clásica prueba de Turing, que evalúa si una máquina puede simular una conversación humana, esta versión visual busca que lo proyectado sea indistinguible de lo físico.

La clave está en el uso de holografía avanzada, combinada con inteligencia artificial y una tecnología llamada «waveguides» (guías de onda). A diferencia de las pantallas estereoscópicas tradicionales, que simulan profundidad en superficies planas, la holografía manipula la luz igual que lo haría un objeto tridimensional real. Esto permite engañar al cerebro de forma más efectiva y generar una sensación de presencia mucho más natural.

Del laboratorio a las gafas

Para lograr este efecto realista, el equipo de Stanford ha trabajado en una serie de innovaciones que se suman como capas de un pastel tecnológico muy complejo. En 2024, sus prototipos usaban «Surface Relief Gratings» (SRG), estructuras grabadas en la superficie de materiales ópticos. Pero en 2025, han dado el salto a «Volume Bragg Gratings» (VBG), una tecnología que altera el interior del material y permite un control más preciso de cómo se comporta la luz.

Esto ha permitido evitar fugas de luz, eliminar reflejos indeseados y mejorar el contraste de las imágenes. Además, han integrado un espejo MEMS (microelectromecánico) y láseres de fibra acoplada, que trabajan junto con moduladores espaciales de luz para crear lo que denominan una «apertura sintética». Este conjunto incrementa el «eyebox«, el espacio dentro del cual el ojo puede moverse sin perder calidad de imagen.

La inteligencia artificial, el motor invisible

Toda esta maquinaria óptica no podría funcionar sin la ayuda de algoritmos de IA que gestionan miles de variables en tiempo real. Desde la formación de la imagen hasta la compensación por movimientos del usuario o cambios en el entorno, la IA se encarga de adaptar constantemente el contenido proyectado para que parezca parte del mundo físico.

Imagina estar viendo una escultura generada por ordenador. Si te mueves a la izquierda o inclinas la cabeza, el sistema ajusta la luz, los ángulos y la forma en que la imagen se proyecta para que parezca que la escultura está realmente ahí. Todo esto sin retrasos perceptibles y con una fidelidad visual asombrosa.

Cómodas como unas gafas de diario

Uno de los mayores avances está en el diseño del prototipo: menos de 3 mm de grosor en todo el conjunto óptico. Es decir, casi tan finas como unas gafas convencionales. Si bien la tecnología aún no alcanza los niveles de campo de visión de dispositivos como el Meta Quest 3 o el Apple Vision Pro (que ofrecen más de 100 grados), el nuevo sistema de Stanford ha logrado una mejora sustancial, pasando de 11 a más de 34 grados horizontales en solo un año.

Ese crecimiento en el «campo de visión» y el aumento del «eyebox» indican que el equipo va por buen camino para lograr una experiencia inmersiva sin necesidad de usar un casco voluminoso o incómodo.

El potencial de una nueva categoría de dispositivos

Si esta tecnología sigue avanzando, podría abrir las puertas a una nueva generación de gafas inteligentes que integren funciones de realidad aumentada y virtual sin sacrificar la comodidad. Piensa en poder ver una película proyectada en el aire frente a ti, tener videollamadas con hologramas realistas o trabajar con pantallas virtuales del tamaño que desees, todo desde unas gafas ligeras.

La adopción masiva dependerá, sin duda, de factores como el precio, la duración de la batería, la compatibilidad con otros dispositivos y, sobre todo, la aceptación cultural de este nuevo formato. Pero al menos en el aspecto técnico, Stanford está acercándose rápidamente a algo que antes solo pertenecía a la ciencia ficción.

¿Un futuro sin distinción entre lo real y lo digital?

Una de las reflexiones más provocadoras del proyecto tiene que ver con los límites entre la percepción real y la generada artificialmente. ¿Hasta qué punto es saludable que nuestros sentidos no puedan distinguir entre una imagen digital y un objeto físico?

Los investigadores están conscientes de este dilema, pero también señalan que la capacidad de simular la realidad con tal precisión puede tener aplicaciones muy positivas: desde la educación hasta la medicina, pasando por la creatividad digital o incluso la terapia psicológica.

Sea como sea, la «Prueba de Turing visual» ya no es una idea lejana. El camino que está recorriendo el equipo de Stanford podría cambiar para siempre la forma en que interactuamos con lo digital. Y lo hará, quizá, con unas gafas tan cómodas como las que usamos para leer.

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