Millones de personas en todo el mundo confían en medicamentos como el ibuprofeno o la aspirina para aliviar dolores cotidianos, desde una migraña hasta la inflamación de una articulación. Estos medicamentos, conocidos como antiinflamatorios no esteroideos (AINEs), actúan bloqueando la producción de prostaglandinas, unas sustancias similares a las hormonas que están implicadas tanto en el dolor como en la inflamación.

Sin embargo, este enfoque tiene un inconveniente importante: al inhibir tanto el dolor como la inflamación, se limita también el proceso de curación natural del cuerpo. La inflamación, lejos de ser un enemigo absoluto, cumple una función protectora y reparadora, ayudando a los tejidos a recuperarse tras una lesión o infección. Suprimirla por completo puede, paradójicamente, ralentizar la recuperación y prolongar el malestar.

Un hallazgo que cambia la perspectiva

Investigadores del NYU Pain Research Center han dado un paso significativo al identificar un componente clave en la vía del dolor que podría ser bloqueado sin interferir en la inflamación. Su descubrimiento se centra en una molécula llamada prostaglandina E2 (PGE2) y en cómo esta interactúa con ciertas células del sistema nervioso periférico, conocidas como células de Schwann.

Estas células desempeñan un papel fundamental en la transmisión del dolor, especialmente en afecciones como las migrañas y la artritis. La PGE2 actúa sobre cuatro receptores diferentes en el cuerpo. Estudios anteriores ya habían señalado al receptor EP4 como un protagonista en el dolor inflamatorio, pero el nuevo estudio publicado en Nature Communications ha identificado que el receptor EP2, en realidad, es el verdadero responsable de activar la sensación de dolor, sin contribuir al proceso inflamatorio.

Separar el dolor de la inflamación: una decisión quirúrgica

El hallazgo clave del equipo fue que al bloquear selectivamente el receptor EP2 en las células de Schwann, lograron eliminar la respuesta al dolor en modelos de ratones sin alterar el curso natural de la inflamación. Es como si se pudiera silenciar una alarma que nos avisa del peligro sin apagar el sistema que está resolviendo el problema.

Esto representa una nueva estrategia para el tratamiento del dolor: desacoplar la experiencia dolorosa del proceso inflamatorio, lo que permitiría una recuperación más rápida y segura. En otras palabras, se podría seguir sintiéndose mejor sin interferir en el trabajo de reparación que realiza el cuerpo.

Ventajas frente a los AINEs

Los AINEs siguen siendo ampliamente utilizados, con 30 mil millones de dosis consumidas anualmente solo en Estados Unidos, según cifras citadas en el estudio. Pero su uso prolongado está vinculado a efectos adversos serios, como problemas estomacales, daños hepáticos, renales, e incluso riesgos cardiovasculares. La posibilidad de actuar directamente sobre el receptor EP2 abre la puerta a medicamentos más seguros y más precisos, que no arrasen con los mecanismos protectores del cuerpo como lo hacen los analgésicos actuales.

Aplicaciones futuras en enfermedades comunes

Si se logra trasladar esta estrategia a tratamientos en humanos, el impacto sería significativo, especialmente en enfermedades como la artritis, donde el dolor es crónico y debilitante. El equipo científico está ahora enfocado en estudios preclínicos que evalúan el uso de antagonistas del receptor EP2 de forma localizada, por ejemplo, aplicados directamente en una articulación afectada como la rodilla.

Este enfoque localizado podría minimizar efectos secundarios al evitar la exposición del organismo entero al fármaco, una preocupación habitual cuando los medicamentos se administran por vía oral o sistémica. Aunque aún queda camino por recorrer antes de que se apruebe un tratamiento de este tipo, el horizonte es alentador.

Comprender el papel de las células de Schwann

El estudio también resalta un cambio en la forma de entender cómo se genera el dolor. Las células de Schwann, que envuelven los nervios fuera del cerebro y la médula espinal, suelen considerarse simplemente como soporte. Pero este trabajo muestra que tienen un papel activo en la perpetuación del dolor. Al activar el receptor EP2, se inicia una cadena de señales que no dependen de la inflamación, sino que mantienen el dolor por una vía separada.

Es como si estas células tuvieran un interruptor que, una vez activado, sigue enviando la señal de alarma incluso cuando ya no hay peligro real. Apagar ese interruptor sin apagar el sistema de reparación es una idea poderosa con implicaciones terapéuticas enormes.

Una colaboración internacional con respaldo sólido

El trabajo fue realizado por un consorcio de científicos de universidades y centros de investigación de Estados Unidos e Italia, incluyendo a la Universidad de Florencia y la empresa FloNext, especializada en el desarrollo de terapias innovadoras. Está financiado por varias agencias, entre ellas los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU., el Departamento de Defensa y la Unión Europea, lo que subraya su importancia y rigor.

Este tipo de colaboraciones interdisciplinarias está permitiendo abordar problemas complejos desde ángulos múltiples, combinando biología molecular, neurociencia y farmacología para encontrar soluciones más inteligentes a problemas antiguos.

Hacia una nueva generación de analgésicos

Este descubrimiento es un paso prometedor hacia una medicina del dolor más precisa, más humana y menos invasiva. No se trata de dejar de sentir, sino de sentir solo lo necesario para protegernos, sin arrastrar con ello un malestar innecesario. Si se logra trasladar este hallazgo a terapias clínicas efectivas, podríamos estar frente a una transformación en la forma en que entendemos y tratamos el dolor.

Un ancestro común más antiguo de lo pensado: el misterio del «Ancestor X»

Un reciente estudio está desafiando muchas de las ideas que teníamos sobre el origen de nuestra especie y nuestros parientes más cercanos. Un análisis detallado de restos fósiles sugiere que el ancestro común entre Homo sapiens, los neandertales y los denisovanos podría haber vivido hace más de un millón de años, el doble de lo que se estimaba anteriormente. Esta revelación podría reconfigurar de forma drástica nuestra comprensión sobre la evolución humana.