En el esfuerzo global por dejar atrás los productos químicos derivados del petróleo, surgieron alternativas más amables con el planeta. Entre ellas destacan los NADES (Natural Deep Eutectic Solvents), solventes “verdes” que combinan compuestos naturales como azúcares, aminoácidos o ácidos orgánicos para reemplazar sustancias tóxicas en diversas industrias. Suena ideal: son biodegradables, no inflamables y su origen es natural. Sin embargo, hay una gran incógnita que todavía no tiene una respuesta clara: ¿qué pasa con estos solventes cuando terminan su vida útil y llegan al ambiente?

Aunque los NADES se formulen con ingredientes naturales, eso no implica que su liberación al entorno sea segura. Este es el punto de partida de una investigación que se está desarrollando en la Universidad Nacional de San Luis (UNSL), en Argentina, donde un equipo científico liderado por el Instituto de Química de San Luis (INQUISAL) explora una solución basada en microalgas nativas para tratar estos residuos emergentes.

Qué son los NADES y por qué están en auge

Los NADES no existen en la naturaleza tal como los usamos. Se preparan en laboratorio mediante la mezcla de compuestos naturales en proporciones precisas. Un ejemplo común es la combinación de colina y fructosa o de ácido láctico con glucosa. Esta mezcla da lugar a líquidos con características únicas: pueden disolver una gran cantidad de sustancias, no son volátiles, ni inflamables, y se consideran menos tóxicos que sus equivalentes petroquímicos.

Estas propiedades han captado la atención de sectores como la farmacéutica, la cosmética y la alimentaria, donde se emplean para extraer compuestos activos o formular nuevos productos. Pero, a pesar de todos sus beneficios, aún no se han establecido protocolos claros para su disposición final. Esto significa que, si estos solventes llegan al agua sin tratamiento previo, podrían tener un efecto acumulativo con consecuencias ecológicas aún desconocidas.

El problema ambiental que nadie vio venir

Aunque sus componentes individuales puedan encontrarse en la naturaleza, al combinarse en un NADES adquieren nuevas propiedades, y no necesariamente inocuas. Algunos estudios preliminares han demostrado que estos solventes pueden resultar tóxicos para organismos acuáticos si se acumulan en cuerpos de agua. Pero la regulación aún no los considera como residuos peligrosos y hay un vacío legal y científico importante sobre su impacto ambiental.

Ante este escenario, Agustina Jorquera, estudiante avanzada de Biotecnología, impulsó un proyecto de investigación en el marco del INQUISAL, con el objetivo de explorar la posibilidad de que ciertos organismos vivos pudieran ser utilizados para degradar los NADES en forma segura. La apuesta fue por las microalgas nativas de San Luis, conocidas por su capacidad de adaptarse a ambientes diversos y por su metabolismo versátil.

Microalgas: más que pequeñas, poderosas

Las microalgas son organismos unicelulares fotosintéticos que habitan en ambientes acuáticos. A pesar de su diminuto tamaño, juegan un papel fundamental en el equilibrio ecológico, ya que producen oxígeno, capturan dióxido de carbono y sirven como base de la cadena alimentaria. Pero su potencial no se limita al ecosistema natural: en laboratorio, pueden transformarse en aliadas tecnológicas muy valiosas.

El equipo de San Luis descubrió que algunas especies locales de microalgas no solo sobrevivían en presencia de NADES, sino que también crecían con más fuerza. A medida que se multiplicaban, estas microalgas eran capaces de biodegradar los solventes presentes en el agua, transformándolos en compuestos menos tóxicos. De forma paralela, generaban biomasa rica en lípidos y proteínas, con potencial para ser aprovechada en biocombustibles, fertilizantes o suplementos alimenticios para animales.

Este mecanismo doble —de remediación ambiental y producción de recursos útiles— ofrece una alternativa circular y sustentable. Donde antes había un desecho incierto, ahora aparece la posibilidad de una solución limpia y eficiente, generada a partir de organismos locales.

Biotecnología ambiental en acción

La propuesta desarrollada en San Luis es un ejemplo concreto de biotecnología ambiental, un campo que aplica conocimientos de biología y química para resolver desafíos ecológicos mediante el uso de seres vivos. En este caso, las microalgas se convierten en un sistema natural de depuración, capaz de descomponer contaminantes emergentes como los NADES sin generar residuos secundarios.

Este enfoque también plantea un cambio de paradigma en la forma en que pensamos la innovación industrial. El hecho de que un producto sea natural no lo hace automáticamente inofensivo para el ambiente. Por eso, la estrategia propuesta desde el INQUISAL se basa en cerrar el círculo: diseñar soluciones verdes y, al mismo tiempo, prever su ciclo de vida completo, incluyendo su tratamiento postuso.

Además, al utilizar especies de microalgas nativas, el proyecto se adapta mejor a las condiciones ambientales locales, evitando riesgos asociados a la introducción de especies exóticas. Esto subraya el valor de generar conocimiento científico propio y contextualizado, que responda a las necesidades específicas de cada región.

De laboratorio al mundo real

El proyecto comenzó en 2024 y ya arrojó resultados positivos en sus primeras pruebas. Se comprobó que algunas especies lograban reducir la concentración de NADES en el agua, a la vez que producían biomasa de valor económico. Ahora, el equipo planea avanzar hacia la siguiente etapa: estudiar en profundidad los productos resultantes de la degradación, ampliar el número de especies analizadas y probar el sistema en condiciones más similares a las del ambiente natural.

Este avance se está realizando en colaboración con la empresa mendocina Bioeutectics, especializada en la producción de solventes verdes, lo que permite una sinergia entre ciencia y producción que podría acelerar la adopción de este enfoque en la industria.

Jorquera destaca que este es uno de los primeros trabajos en Argentina que explora el uso de microalgas nativas para degradar NADES. Su investigación no solo aporta una posible solución a un problema emergente, sino que también promueve una mirada más responsable sobre la innovación. Una mirada que reconoce que lo “natural” no debe ser sinónimo de “seguro” y que toda nueva tecnología, por verde que sea, debe pensar también en su impacto una vez que se desecha.

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